Las "cosas de siempre" ya no son las "cosas de siempre" cuando son vistas (y comunicadas) por alguna persona. Me explico: Después de Van Gogh los girasoles nunca más fueron los mismos.
Es por eso que cuando alguien con la suficiente sensibilidad y lucidez posa la mirada de su alma en "lo que sea", luego cuando nos lo describe, ese "lo que sea" nos revela una parte o toda su enorme belleza sumergida.
Con colores, palabras o sonidos; con formas, texturas o silencios; todo, o casi todo, es descubierto gracias al vasto lenguaje.
Hace un tiempo, tuve la suerte de atestiguar cómo una actividad, que algunos mencionan como banal y otros como fútil, se convierte en algo casi épico gracias a lo que podríamos llamar una "mirada poética".
Y eso es alquimia pura.
Alguna vez, escuché de un viejo futbolero de barrio lo siguiente: "¿Usted cree en el fútbol? Mire, nosotros, con toda el alma. Porque es la gran epopeya del presente, la guerra sublimada, el Olimpo encerrado entre cuatro tribunas", me recitó inspirado el ronco relator.
Continuó su lectura, que a veces era interrumpida por lo roído del papel. "Son dioses en disputa jugándose el reinado sobre tristes mortales. Batallas de domingo. Es el gran papel verde donde escriben poesía, empeines y cinturas. Barra de equilibristas que enfrentan su destino bailando en una raya".
A lo que tras un largo silencio, con aires de místico, remató: "La angustia de bolea, la vida de taquito, morir de sobrepique. La gran inspiración que sale del túnel a pintar hermosuras, sin llamarse pintor, a transpirar de vida su vieja camiseta. Es el arte del siglo".
Ya el viejo agotado por el esfuerzo, sólo concluyó diciendo: "Por culpa de este añoso y maltratado papel es que todos los domingos, semana tras semana, dejo todo y parto a la cancha. Siempre, tras el sueño dominical".