Que la tinta que deslizo en forma de escritura sea una bala en la sien del necio, un cañonazo en la conciencia trémula del cobarde.

viernes, septiembre 29, 2006

El fútbol a sol y sombra

Criticar la obra de Galeano sería necia altanería.
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Hacer de estas líneas un soporífero sería bastante fácil. Al hablar de Galeano, podría llenar la hoja con los típicos lugares comunes de aquellos puristas seudo–intelectuales que continuamente desgarran sus vestiduras para opinar del fútbol y sus devotos. Sería sencillo perseguir rebuscadas maneras verbales para señalar "lo placentero que es desenvolverse en el romanticismo de un añejo marxista que, a través de su calidad narrativa, entrega un riguroso y conmovedor relato acerca del fútbol y sus personajes". ¡Sólo basura!.
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Y es que a más de alguno le llenaría de orgullo entonar que "El fútbol a sol y sombra de Eduardo Galeano es una lectura obligada para quienes desean introducirse al conocimiento del deporte rey". Asimismo, le fascinaría maniatar los modos y los dichos de aquellos pedantes que, con ese altivo descaro que les otorga el conocimiento, en esas trasnochadas tertulias de café y galletitas, se atreven a decir que el fútbol es tal y cual cosa… Y bla, bla, bla… ¡Pura mierda!. Ojalá, alguna vez hayan estado parados a cinco metros de una cancha o sentados al sol en un maltratado y áspero tablón.
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Por ahora, lejana a mí esa vanidad de los estilistas, creo que sería una tontería que un novel aprendiz de periodista se alzará arrogante a analizar la obra de Galeano o a hacer un manifiesto sobre el fútbol. En los renglones colindantes, hay bastante poco de teoría, efemérides o citas célebres de autor. Si se busca una enciclopedia literaria–futbolística, siendo sincero, acá no está. Sin embargo, hay mucho de un cabro jugo de pelota que espera reseñar, con algo de cordura, porqué el libro de Galeano lo dejó, como dicen las viejas siúticas, marcando ocupado.
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Galeano logra reivindicar al fútbol como arte, como expresión estética, como fuente de rebelión contra lo establecido. Consigue retratar a quienes desde la marginalidad de la cancha de tierra, el amor por la camiseta, el tiro con chanfle y la magia de la finta hacen del juego algo más que veintidós hombres corriendo desaforadamente tras un balón.
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Resulta alucinante el llamado que hace Galeano a no olvidarnos de los verdaderos dueños del balón. No se entrega a aquellos que, con saco y corbata, manejan al juego como una divisa. Con su pluma rescata a los desheredados que con la pelota de trapo o con el balón roto, sobre una cancha de tierra, a veces improvisada con líneas imaginarias, labraron una esperanza en cada partido y en cada gol.
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En El fútbol a sol y sombra, Eduardo Galeano propone la esencia de un juego que es mito y quimera dominical.

miércoles, septiembre 20, 2006

¿Quiénes son nuestros amigos?

¿Quiénes son nuestros amigos? ¿Los que piensan como nosotros? ¿Aquellos con los cuales podemos establecer algún tipo de igualdad, de semejanza? ¿Aquellos con los que compartimos la misma escala de valores, la misma concepción del bien?

¿Esos son nuestros amigos? ¿Los semejantes? ¿Aquel con quien coincido casi en todo? ¿Ese otro “yo”, que como un espejo, devuelve mi propia imagen?, ¿me sirve de reflejo para profundizar mi forma de ver el mundo?, ¿me hace seguir constituyéndome tal como soy?

Alguien dijo que la amistad es la fusión de dos voluntades en una misma unidad. Dos almas que se fusionan. Cuatro ojos, pero una misma mirada sobre las cosas. ¿Quiénes son nuestros amigos? ¿Aquellos con los que de antemano me puedo fusionar en una unidad? Si para que haya amistad, tiene que haber semejanza, ¿quién debe asemejarse a quién? ¿Él a mi o yo a él? Y cuando se produzca la fusión, ¿qué me va a diferenciar del otro? ¿A quién no entenderé? ¿Cuál seguirá siendo mi misterio?

¿Quiénes son nuestros amigos? ¿Los que piensan como nosotros? ¿Aquellos que pensamos que piensan como nosotros? ¿Los que se consideran como nosotros o los que consideramos como nosotros? ¿Quién impone el “nosotros”? ¿Quién piensa?

No obstante, además de semejanza, entre dos amigos debería haber reciprocidad. La amistad sería un acto de intercambio, pero de intercambio justo: si doy es porque recibo. De allí la necesidad de semejanza: solo quiero recibir aquello que tenga que ver conmigo. ¿La reciprocidad justa no es más que un contrato económico?

¿Dar a cambio de algo? Y de un “algo” que deseo. Mis amigos son mis semejantes, mis amigos son aquellos con los que establezco una relación de reciprocidad. ¿Soy solo amigo de mi mismo puesto en el otro? Mis amigos son la proyección de mi yo. ¿Qué proyecto en el otro? Mi propia concepción del bien, visión de lo real, escala de valores, sentido del mundo. ¿Proyecto o impongo? ¿Semejantes o asemejados? ¿Reciprocidad o egoísmo?

¿Para qué tener amigos de este modo? ¿Para someterlos? ¿Para tranquilizarse? ¿Para contenerse? ¿Para dejar de incomodarse? Mi errancia existencial se disipa si nada me resulta extraño, mi miedo a lo desconocido se atempera si a todo lo construyo cognoscible, mi ruptura esquizofrénica se reconcilia si mi otro “yo” siempre es el mismo yo fotocopiado.
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¿Para qué quiero tener amigos de este modo?
Si a un amigo lo busco para que me calme, más eficiente es un Ravotril.
Si a un amigo lo elijo por reciprocidad, más productivo es un asalariado.
Si a un amigo lo acepto por semejanza, más efectivo es un espejo.

Nietzsche decía algo así como “mi mejor amigo es mi mejor enemigo”. Ese otro que como un enigma me compele a revisitarme todo el tiempo. Aquel que en su otredad, me arroja contra la mía. Aquel que no es mi semejante, porque no busco asemejarlo, sino extrañarme.

Ese “extraño extranjero” al que no entiendo, pero que en esa incomprensión radica mi apertura y mi hospitalidad. Poder toparnos con el otro y en la incomprensión, aprender. Crecer. Mutar. Perseguir una identidad en permanente cambio, concebir lo propio como lo que está abierto a la transformación incesante.

Un amigo me desafía. Me interpela, me pregunta lo que no puedo responder. Un amigo se me escapa, nunca lo puedo terminar de recorrer, deja siempre abierto un sendero extraño. Aquel camino misterioso que me convoca a realizar mi finitud.

¿Quiénes son nuestros amigos? ¿Los semejantes? ¿Los recíprocos? La amistad es un don. Uno da, y punto. No hay ley, ni contrato, ni reglamento. Solo un acto de amor al otro, pero al peor otro, al que según mis parámetros de semejanza, no se lo merece.

En la amistad “uno da lo que no posee”, ya que uno no sabe que lo que está dando no es más que la capacidad con que el otro se siente un extraño ante mi presencia. Generar en el otro extrañamiento es ayudarnos mutuamente a extrañarnos, y por ello a extrañarnos.

La fidelidad es una donación, es un regalo. Cuando la fidelidad se vuelve un contrato, ya no hay don, no hay donar, no hay un dar. Pero lo complejo es dar a lo que no se asemeja, porque uno no sabe qué recibirá a cambio. Tal vez nada, tal vez lo que uno no espera.

sábado, septiembre 09, 2006

"Algún día espero olvidar tanto dolor"

El hombre que vió mutilados dos de sus dedos anhela que el tratamiento médico que recibe, le salve su mano.

Inquieto mira su mano. Prueba moverla. Sólo tres de sus dedos le responden: El pulgar, el índice y el corazón se cierran a su orden, mientras, el anular y el meñique palpitan sin reaccionar. Entre temblores, Leandro Tobar Penjean, el trabajador que sufrió el corte de dos de sus dedos en un asalto, dice que “sólo quiere dejar de lado lo que pasó”.
Su rostro nervioso, al igual que sus dedos, no entrega respuesta. Pues él, no quiere recordar, dice que prefiere olvidar. “Hacer como que esto nunca sucedió”. No obstante, las heridas en su mano, no le permiten hacerlo.“Me miro la mano y recuerdo lo terrible que fue. El dolor que siento me revive todo el día lo que ocurrió y me desespera el no poder borrarlo de la memoria”, señala el hombre desconsolado.
Aparece el llanto y oculta la cara. En lo oscuro de la habitación, sus ojeras enconden las lágrimas. Y se calla. “No quiero hablar así, ni que nadie me vea”. Llora. Se ahoga. Se le pierden las palabras, respira profundo y continúa. “Llevo más de tres semanas internado y no sé cuando podre salir. Además, estoy islado por posibles infecciones. Es desesperante el encerramiento”.
Y nuevamente toca su mano. El intentar percibir sus dedos es recurrente. Entre las vendas, los siente. Están ahí. “El meñique está tibio”, señala. Luego de esto, se tranquiliza.“El no poder saber con certeza si mañana tendré todos los dedos de mi mano me tiene mal, destrozado. Algún día espero olvidar tanto dolor”, afirma.
De súbito pone sus manos frente a su cara. Las gira a un lado y otro. “Es casi un milagro el tener mis dedos, aunque sea así. Debieron estar tirados como una hora en la cancha”. Se silencia y cierra los ojos.
En negro comienza a recordar. “Ellos me amordazaron, colocaron mi mano izquierda sobre mis rodillas y con algo cortaron mis dedos para robarme mis anillos de oro y plata”, evoca.
¿Recuerdas quién te atacó?
No. Me acuerdo de cómo cortaron mis dedos, pero no de las caras.
Entonces, ¿no es cierto que tú reconociste al menor?
Eso salió en la prensa, pero yo nunca he dicho que el joven que detuvieron fue quien me cortó los dedos.
¿Ni por rencor lo acusarías?
No. Uno no puede acusar a alguien en mi estado. Si no recuerdo las caras podría acusar a un inocente.
Pero si fuera culpable ¿qué le harías?
No sé. Yo creo que nada, no quiero venganza. Es tanto el dolor que ya sólo quiero olvidar.
Aparte de eso, ¿Qué más esperas del futuro?
Por ahora, no perder mis dedos. Que el doctor los pueda salvar y que sigan conmigo.