Que la tinta que deslizo en forma de escritura sea una bala en la sien del necio, un cañonazo en la conciencia trémula del cobarde.

jueves, abril 10, 2008

MALDITA (ERES)

Minutos después de la medianoche del miércoles 5 de marzo pasado.
Acababa de terminar el séptimo y último párrafo de un post que llevaba por título "Maldita (eres)". Con esos renglones volvía a escribir en "Unísime Divinísimo Lugarísime". Lo leí rápido y algo no me gustó. Tenía un pequeño, pero no menos perceptible matiz rosa. Comencé a mirarlo con detención y ahora no sólo no me agradó, sino que me pareció cursi y estúpido. Me avergonzaba publicarlo. Letra por letra fue desapareciendo. ¡Tac tac!. Mi dedo índice daba pequeños golpecitos contra el teclado. ¡Tac tac!. De pronto, sonó el teléfono. Era raro por la hora. ¿Quién podría estar llamando en la víspera de la madrugada?. "¿Aló?", dijo una mujer al otro lado de la línea. Era una voz lejana. "¿Aló?", repitió. Escuché, pero no hablé. Descubrí quien era. Un rocío helado humedecía mi frente y un cuchillo me rebanaba las tripas. No tuve palabras. Decidí cortar. "!Quién cresta llamó a estas horas!", me gritaron. "Equivocado", repliqué sin poder decir más. De ida y vuelta, el cuchillo me cortaba. El aparato volvió a tocar. "Yo contesto", grité. Y otra vez, "¿Aló?". Era la misma persona, pero esta vez no colgué. Solté un "¿Aló?" con la mayor naturalidad y cinismo posible. "¿Óscar?", preguntó ella. "Sí, ¿quién habla?", contesté. "¿No me reconoces?", me preguntó. "Disculpa, no se escuchaba bien", le expliqué mentirosamente. A estas alturas, la denigrante hipocresía era la única salida. "¿Tú llamaste recién? Fui a responder y se cortó", comenté. "Pensé que me habías borrado de tu memoria. Esa idea tuya de la lobotomía doméstica", me espetó irónica. "¿A ti? ¿Por qué iba hacerlo?", le cuestioné defendiéndome, y raudo probé contratacar: "Me lees ah. Bueno, también me llamaste". Por un segundo, la mujer se calló. Afloró un breve silencio, una tregua. Quizás, había quebrantado ese aplomo tan característico en ella. Pero, también era testaruda y jamás perdería. "¿Estamos conversando o no? !Es obvio que lo hice!", me reprochó sarcástica. "¿Y fue para esto?", alegué. "No, para saber de ti. ¿Cómo estás?, preguntó sugiriendo un tono más conciliador. "Bien. Tranquilo. Sin problemas", respondí conciso. Después repliqué por cortesía, "¿Y tú? ¿Qué tal?". Dio igual lo que dijo. De aquí en adelante, encontramos un escape en las clásicas preguntas y respuestas inútiles. ¿Hace frío por allá? A veces. ¿Cómo te ha ido en el trabajo? Más o menos. ¿Qué tal el idioma? Cada vez se hace más fácil... Y así pasaron los minutos. Uno tras otro. Ambos calmados en un asumido protocolo idiota. Un acuerdo implícito prohibía inquerir más allá o incomodar al otro. Trancurrido un rato, sin contrariar la fingida diplomacia, concluyó la conversación. "Cuídate", dijo ella antes de colgar. ¡Al fin!, pensé. Fumé un cigarrillo, regresé frente al computador y retomé la redacción del post. No tenía cuerpo, había devorado golpe a golpe los párrafos. Sólo quedaba el título, una línea perdida. Extrañamente, escribí un nuevo texto -distinto al anterior, más cursi y estúpido-, bajo el mismo encabezado: "Maldita (eres)". Ni siquiera por falsa cortesía soltaste un "te extraño".

2 comentarios:

David Muñoz dijo...

Muy bien amigo mío. Me alegra leerlo. Aunque sea una obra digna de la más grande autora de novela rosa: Danielle Steel. Aunque también tu prosa le hace sus guiños a Barbara Andrews. Jajajaja. Ta bien, un poco de romanticismo mustio no le hace nada de mal a nadie. Excepto cuando es algo permanente. Pero, tranquilo, nadie se ha muerto de amor (frase cliché y cursi).

Lolita Lempika dijo...

Que fuerte. Me siento identificada. Fue muy atractivo tu relato. Suerte con la elaboración de lo que parece ser una despedida.